Cultura Etérea

“La tecnología nos ha transformado en gigantes, en superhumanos biónicos, en satélites apátridas, en habladores de lenguas omnipresentes. Nos volvemos más grandes de lo que somos, más ruidosos, somos desplazados o multiplicados, o bien nos encogemos, intimidados por la catarata de información. Usamos la tecnología para aislarnos y protegernos, articulando deseos que han sido suprimidos por la tecnología, intentando reemplazar la alienación con una tecnoespiritualidad, usando mensajes contradictorios para expresar confusiones para las que la historia no nos ha preparado.”
— David Toop

La idea de una «cultura etérea» aparece en el libro Océano de Sonido, escrito por el músico y escritor David Toop a finales del siglo XX, época en la que proliferaron las telecomunicaciones. El autor habla de «una cultura etérea, absorta en perfume, luz, silencio y sonidos de ambiente», para referirse a la condición telemática, hiperconectada y volátil del nómade digital, aun cuando se encontraba ante una prematura World Wide Web y apenas había visos de lo que hoy, en la segunda década del siglo XXI ya nos es evidente: la condición dislocada de nuestras actividad vital, el teletrabajo, los metaversos, la navegación digital y la mezcla de sensaciones, ideas y manifestaciones que presenciamos en la virtualidad.

La idea de cultura etérea en Toop se basa principalmente en el sonido y las manifestaciones de una música abierta que funciona como catalizador, puente y portal para el viaje extracorporal de la condición cíborg, asumiendo a las escuchas y agentes de sonoridad como “viajeros virtuales, creadores de un teatro sonoro, transmisores de todas las señales recibidas a través del éter”, haciendo con ello un guiño al pensamiento clásico que, desde la Grecia antigua hasta la cultura sánscrita, ha contenido la idea de una eterealidad subyacente a todo cuanto existe, conduciéndonos así a una idea de la cultura etérea como dimensión de lo astral, lo sutil, lo volátil, lo sonoro, lo efímero y temporal.

El éter en la Grecia de Platón y Aristóteles era un elemento celestial y desconocido. En cosmologías como la de la escuela Shamkya de la India, el éter era un quinto elemento y tenía la propiedad del sonido. Si llevamos esto a la idea del Ethernet o de la Web, podemos asumirlas como analogías, o si se quiere, derivados de esta gran red, una suerte de virtualidad reflejada, una meta-realidad resultante de la hiperconexión. La cultura etérea puede definirse entonces como la cultura de la virtualidad habitable, navegable, sensorial y corpórea, o post-corpórea, en tanto implica a menudo la extensión, refracción, transgresión o desprendimiento del cuerpo físico.

La eterealidad de nuestra cultura es resultante de la constante multiplicación de nuestras imágenes y espectros. Somos parte de una sociedad etérea que sucede a la par de las figuras más toscas de la materia: universos paralelos edificados en imágenes, sonidos que viajan como perfumes en un espacio invisible. La nueva web creada a partir del Ethereum, los metaversos como parcelas habitables en realidades virtuales y explotables dentro de los confines del código, las videollamadas y la integración-invasión de los espacios sociales en las plataformas digitales, las nuevas economías criptográficas, las organizaciones dentro de las cadenas de bloques, el arte audiovisual como entidad y espacio, los archivos digitales o los tokens no fungibles, serían ivos ejemplos que legitiman la visión de Toop: espíritus máquina que nos sumergimos en un teatro de señales en busca de un lugar que a la larga es tan móvil como nuestra condición en la red. Entonces, ser es viajar, moverse en la quietud, como en un trance perpetuo, como una forma alternativa de seguir aquí.

Para expandir el concepto:

Miguel Isaza

Oyente parlante.